Un tazón de chocolate caliente

Me gusta el chocolate a la taza, en tableta, con churros, con pan tostado, con bollo suizo, con curasán, por la mañana, por la tarde y por la noche.
Alrededor de una tazón de chocolate caliente las historias y los relatos toman forma, color, olor, sabor, y los cuentos resultan extraños a veces, otras cercanos.
El aroma del chocolate envuelve el ambiente y lo convierte en espectáculo y cuando suena el tercer aviso se levanta el telón y comienza la función.

miércoles, 9 de noviembre de 2011

TRASTO VIEJO


Érase una vez un trasto viejo, tan viejo, tan viejo, que no se sabía qué tanto de antiguo era. En un rincón del desván las arañas tejían su tela coloreando de gris el trasto. 
Todos los días ansiaba que alguien lo sacara de allí. La oscuridad más profunda invadía sus noches, y luego, al amanecer, la tibia luz del sol iluminaban las moscas que volaban a su alrededor. De vez en cuando alguna caía presas sus patas en el artificio tejido por las arañas.
Se había acostumbrado a estar allí, a ser viejo, trasto e inútil. Sin valor para nadie, bueno para las arañas, eso sí, para las arañas había resultado ser un buen soporte.
Desde que lo dejaran allí por no saber qué hacer con él había permanecido en aquel rincón, a oscuras, castigado por algo que no se explicaba.



Mientras fue joven y sonaba con fuerza, todos le querían. Bueno, eso de querer es muy relativo, porque le querían, sí, pero porque valía para “algo”.
Se fue quedando antiguo, sin brillo, sin voz, no le quitaban el polvo, no lo enchufaban. Lo cambiaron por otro aparato más moderno. 
Primero fue aquella vez que  lo cambiaron de sitio, él se negó a funcionar. Se resistió, no quiso, no le dio la gana. Y adrede, sí, porque lo hizo adrede, ¿o no? se le fundió un plomo. Luego fueron a comprar otro, pero qué casualidad, ya no hacían modelos como aquel, era mejor comprar un nuevo aparato que arreglar aquello. No valía para nada, dijeron de él. 
Cuando empezaron a desgastarse los cables que lo rodeaban, notó cómo se iba quedando sin fuerza, el brillo se le apagó del todo y lo abandonaron en un rincón del desván.
De vez en cuando alguien volvía, le quitaba el polvo y le sacaba brillo, intentaba encenderlo, entonces sentía cómo volvía a vivir de nuevo, pero de su interior solo salían gruñidos, y otra vez las arañas y el polvo. 
Trasto viejo, se repetía una y otra vez, arrinconado, triste, que no vale para nada.

De nuevo volvieron a encenderlo “Esta es la mía”, pensó. “Ahora vas a ver quién soy yo”. Reunió todas sus fuerzas y se imaginó a todo volumen, pletórico, lleno de vigor. Tan sólo una ráfaga, apenas se oyeron unos compases, de nuevo ruidos, crujidos, chirridos. Se acabó. 
Notó cómo le arrancaban la sintonía, hizo un enorme esfuerzo, se recuperó por un momento, pero perdió el conocimiento, ya no tenía noción del tiempo, ni del lugar. Ahora sí que estaba de verdad hecho un cacharro. Ya no podían oírle. Le quitaban el armazón y dejaban sus entrañas al desnudo.
Ya no pensaba que era un trasto viejo, estaba dejando de serlo. Las arañas, las moscas, ¿dónde estaban?, ¿qué estaba pasando?. ¿Qué hacían con sus cables, con sus botones, con su carcasa?
Quería volver a ser un trasto viejo y arrinconado. No, no era eso lo que él quería, quería volver a sonar, música estridente, voces altas, bajas, notas de música perdidas, añoradas.
¿Por qué lo desparramaban de esa forma?
Poco a poco fue perdiendo conciencia hasta que dejó de ser un trasto viejo y pasó a ser NADA.

No hay comentarios:

Publicar un comentario