Un tazón de chocolate caliente

Me gusta el chocolate a la taza, en tableta, con churros, con pan tostado, con bollo suizo, con curasán, por la mañana, por la tarde y por la noche.
Alrededor de una tazón de chocolate caliente las historias y los relatos toman forma, color, olor, sabor, y los cuentos resultan extraños a veces, otras cercanos.
El aroma del chocolate envuelve el ambiente y lo convierte en espectáculo y cuando suena el tercer aviso se levanta el telón y comienza la función.

miércoles, 20 de junio de 2012

Más imaginación que la luna misterio - Capítulo II -


La vida a sorbos

Por la acera de enfrente pasaba Merceditas, no quería que me viera, pero me vió, y me llamó, tuve que cruzar, saludarle, ver a su niña y sentir de nuevo esa envidia que me corroe el alma, porque sigue tan guapa, tan alta, con una niña preciosa, que debería haber sido mía. 



 Yo no quería sonreír, ni mirarle a los ojos, pero su mirada buscaba mi aprobación, no mi perdón. Le hubiera dado dos bofetadas, y, como siempre, no me dio opción, ella fue la que tomó la iniciativa “Mira, prima que hermosura de niña, tiene los mismos ojos que su padre”. La niña dormía profundamente con la carita ladeada, ajena a los sentimientos que en mi se desataban. Sólo se me ocurrió preguntarle “¿Qué nombre le habéis puesto?”. “Aurora, le hemos puesto Aurora, como tú”. Me quedé con la boca abierta, sin saber qué responder ni cómo reaccionar, seguidamente se despidió, “Ay chica, lo siento, pero me está esperando Alfonso para ir a dar un paseo”. Y me quedé en el sitio, como un árbol caído en la Sierra de Urbasa.

Temía que pudiera convertirse en obsesión la idea de quedarme soltera, por eso me apunté a un club donde hacen excursiones los domingos, más que nada por hacer amistades, hablar con alguien de cosas que no tengan nada que ver con la peluquería, y sobre todo para hacer fotos, porque me he comprado una cámara con la que consigo que los instantes queden grabados tal como son en la realidad.

No es que me haya cansado de dibujar en un lienzo, o de pintar acuarelas, es que quiero probar otras maneras de ver la vida, porque tal vez me haya colocado en la esquina equivocada, a lo mejor si me cambio de esquina, veré las cosas distintas. 



Hacía tiempo que un chico no me provocaba un nudo en el estómago, hasta que esa tarde, mientras regresaba a casa del trabajo, rendida, fatigada y harta de todo, entré en el supermercado a comprar naranjas. Apenas había gente, la cajera, la reponedora y yo. 

Al lado de las naranjas estaban las manzanas, y encima las peras. Necesitaba una bolsa para meter las naranjas, miré a mi alrededor y no vi a nadie, me acerqué a la cajera a preguntarle dónde podían estar las bolsas y los guantes, la cajera me señaló a la reponedora. 

Antes de que fuera en su busca, la tenía a mi lado con un montón de bolsas. Al darme la vuelta para coger las naranjas advertí un bulto detrás de mí y  tropecé con algo. Mi bolso, que llevaba colgado en el hombro, salió por los aires, las naranjas se mezclaron con las manzanas y las peras y yo acabé besando los zapatos de un desconocido que, sin darme tregua, me pisó una mano y quiso echar a correr, yo con la mano buena le agarré la otra pierna y cayó al suelo tropezando con la reponedora que al oír el golpe venía a ver qué había pasado.

A mí me dio por reír, la reponedora soltó un taco y el desconocido me ayudó a levantarme mientras que decía “Vaya una forma más original de pescar novio”. “Lo siento mucho”, le respondí a carcajada limpia. Nos agachamos a la vez para recoger mil bolso y fue en ese preciso momento en el que nuestras miradas se cruzaron y el supermercado se transformó en el lugar más maravilloso del mundo. Pero como todo lo bueno dura poco, al cabo de un segundo apareció una señorita muy peripuesta diciendo “Rubén, que se nos hace tarde”, y él muy caballeroso añadió “disculpe, tengo que irme”.




La reponedora puso las bolsas en su sitio y mirándome con cara de pocos amigos prosiguió con su trabajo.

Desde entonces todos los días voy al supermercado a la misma hora, al mismo sitio a comprar naranjas. Y cada día que pasa es como si perdiera un concurso de baile, el desánimo me acecha, la reponedora me mira de reojo y al ratico viene a mi lado a preguntarme si necesito bolsas o guantes o naranjas. Yo le contesto que si necesito algo ya iré a buscarle, y vuelvo a casa y me encierro entre las cuatro paredes y cojo papel y lápiz y dibujo el rostro desconocido que me hizo vibrar de emoción. 

He cambiado la pintura de las paredes de toda la casa, verde pistacho en el pasillo, azul cielo en el salón, cerezo en mi habitación y el balcón lo he pintado de color rojo amapola, solamente para que el nuevo vecino no crea que soy una sosa y aburrida mujer de treinta años que cuando sale a regar las flores mira de reojo para ver si alguien la observa.

Con esos colores espero que mi vida cambie un poquito, mi padre dice que la vida es como una jarra llena de agua, que puedes tomarla de una vez o a sorbos. Tal vez sea verdad, quizás yo me haya bebido la vida de un sorbo. Otra de las cosas que me dice es que la jarra se puede volver a llenar, y que nunca hay que darse por vencido ni mirar para atrás.