Un tazón de chocolate caliente

Me gusta el chocolate a la taza, en tableta, con churros, con pan tostado, con bollo suizo, con curasán, por la mañana, por la tarde y por la noche.
Alrededor de una tazón de chocolate caliente las historias y los relatos toman forma, color, olor, sabor, y los cuentos resultan extraños a veces, otras cercanos.
El aroma del chocolate envuelve el ambiente y lo convierte en espectáculo y cuando suena el tercer aviso se levanta el telón y comienza la función.

martes, 21 de febrero de 2012

ÉRASE UNA VEZ


Si quieres que te cuente un cuento calla y escucha:

“Érase una vez un rey que tenía dos hijas, una era guapa, la otra no tanto, una era dulce y bondadosa, la otra revoltosa y tosca.
A Rosalinda, la bella y dulce princesa, le gustaba la música, cantaba tan bien que hasta el viento se detenía en su ventana para escucharla.
Rosalinda guardaba un secreto, por la noche, cuando todo el mundo dormía, bailaba descalza sobre las frías baldosas de su habitación.
A Tremebunda, la revoltosa y tosca princesa lo único que le gustaba era cazar y nadar en el río.
Tremebunda también guardaba un secreto, por las noches le gustaba mirar las estrellas y soñar que viajaba a la luna.
Cuando dejaron de ser niñas el rey pensó que  debía de casarlas, él ya estaba mayor y su reino necesitaba un descendiente, así que publicó un bando por el mundo entero ofreciendo una fortuna por casarse con cada una de sus hijas.
Poco a poco fueron llegando  gentes de todas partes.  Farolillos, banderitas, y flores adornaban los alrededores. Vendedores ambulantes, mercaderes venidos de más allá del horizonte y comediantes se congregaron alrededor del palacio.
La víspera de las presentaciones el rey llamó a las dos princesas, éste les puso bien clara la situación: o se casaban o tendrían que emigrar, y en el caso de que sucediera esto último el reino pasaría a formar parte del país vecino, con el que siempre estaban en conflicto.
Compungidas las dos princesas, sabedoras que lo que decía su padre era la auténtica y única verdad que le habían escuchado decir en los últimos años, tomaron en secreto la decisión de elegir  ellas al pretendiente ideal, sabiendo que entre todos aquellos extraños que venían a pedir su mano no se encontraba el príncipe azul con el que habían soñado.
Conforme los iban llamando, los pretendientes, curriculum en mano,  leían unos versos dedicados a una u otra princesa y pasaban a ocupar un lugar en la tribuna de invitados.
Aburridas, Rosalinda y Tremebunda bostezaban sin ningún pudor, aquella situación les resultaba aburrida e incómoda. Su padre, que las conocía demasiado, les había atado al asiento para que no escaparan.
Una vez oídas todas las presentaciones pasaron a un gran salón, unos criados con librea iban sirviendo suculentos platos y poniéndolos encima de las mesas preparadas para celebrar tan grato acontecimiento.
El rey y la reina presidían la mesa, a su izquierda Rosalinda y a su derecha Tremebunda, alrededor suyo los pretendientes luchaban entre ellos por estar al lado de cualquiera de las dos princesas.
Todos hablaban de las cualidades y defectos de Rosalinda o de los bruscos modales de Tremebunda. Sin embargo ellas no mostraban ningún interés por aquellos caballeros que, alentados por una cifra millonaria de maravedíes, habían llegado hasta allí pensando hacer fortuna con cualquiera de las dos.
La situación no era nada de gratificante y menos teniendo en cuenta que ninguno  había declarado en su currículum el amor por la música, la caza o cualquier otro tema relacionado con la belleza que inspira la luna llena, o un árbol repleto de manzanas.
Así las cosas, la cena iba acabando, ellas debían de elegir, el rey les preparaba una sorpresa, y todo el mundo esperaba impaciente el final de aquel espectáculo en el que un rey rifaba a sus hijas con la intención de que su reino no desapareciera.
Y llegó la sorpresa, un elenco de bailarinas y danzaris aparecieron en escena. Al compás de un vals los danzantes se movían sobre la pista como peonzas en una mesa de ajedrez.
Los invitados se quedaron atónitos cuando las dos princesas salieron al escenario y se perdieron entre los acordes de la música dejándose llevar por los bailarines, que, ágiles como garzas, las sacaron de allí.
El desolado rey tiró la mesa, expulsó a los pretendientes, desterró a la reina y se quedó sin reino. “