Érase una vez un
trasto viejo, tan viejo, tan viejo, que no se sabía qué tanto de antiguo era. En un rincón del desván las arañas tejían su tela coloreando de
gris el trasto.
Todos los días ansiaba que alguien lo sacara de allí. La oscuridad más profunda
invadía sus noches, y luego, al amanecer, la tibia luz del sol iluminaban las moscas que volaban a su
alrededor. De vez en cuando alguna caía presas sus patas en el artificio tejido
por las arañas.
Se había acostumbrado a
estar allí, a ser viejo, trasto e inútil. Sin valor para nadie, bueno para las
arañas, eso sí, para las arañas había resultado ser un buen soporte.
Desde que lo dejaran allí
por no saber qué hacer con él había permanecido en aquel rincón, a oscuras, castigado
por algo que no se explicaba.
Mientras fue joven y sonaba con
fuerza, todos le querían. Bueno, eso de querer es muy relativo,
porque le querían, sí, pero porque valía para “algo”.
Se fue quedando antiguo,
sin brillo, sin voz, no
le quitaban el polvo, no lo enchufaban. Lo cambiaron
por otro aparato más moderno.
Primero fue aquella vez que lo cambiaron de sitio, él se negó a funcionar. Se resistió, no quiso, no
le dio la gana. Y adrede, sí, porque lo hizo adrede, ¿o no? se le fundió un
plomo. Luego fueron a comprar otro, pero qué casualidad, ya no hacían modelos
como aquel, era mejor comprar un nuevo aparato que arreglar aquello. No
valía para nada, dijeron de él.
Cuando empezaron a desgastarse los cables que
lo rodeaban, notó cómo se iba quedando sin fuerza, el brillo se le apagó del todo
y lo abandonaron en un rincón del desván.
De vez en cuando alguien
volvía, le quitaba el polvo y le sacaba brillo, intentaba encenderlo, entonces sentía cómo volvía a vivir de nuevo, pero de su interior solo salían
gruñidos, y otra vez las
arañas y el polvo.
Trasto viejo, se repetía una
y otra vez, arrinconado, triste, que no vale para
nada.
De nuevo volvieron a encenderlo “Esta
es la mía”, pensó. “Ahora vas a ver quién soy yo”. Reunió
todas sus fuerzas y se imaginó a todo volumen, pletórico, lleno
de vigor. Tan sólo una ráfaga, apenas se oyeron unos compases, de nuevo ruidos,
crujidos, chirridos. Se acabó.
Notó cómo le arrancaban la
sintonía, hizo un enorme esfuerzo, se recuperó por un
momento, pero perdió el conocimiento, ya no tenía noción del tiempo, ni del
lugar. Ahora sí que estaba de verdad hecho un cacharro. Ya no podían oírle. Le quitaban el armazón y dejaban sus entrañas
al desnudo.
Ya no pensaba que era un
trasto viejo, estaba dejando de serlo. Las arañas, las moscas, ¿dónde estaban?,
¿qué estaba pasando?. ¿Qué hacían con sus cables, con sus botones, con su
carcasa?
Quería volver a ser un trasto
viejo y arrinconado. No, no era eso lo que él quería, quería volver a sonar,
música estridente, voces altas, bajas, notas de música perdidas, añoradas.
¿Por qué lo desparramaban de
esa forma?
Poco a poco fue perdiendo
conciencia hasta que dejó de ser un trasto viejo y pasó a ser NADA.