Un tazón de chocolate caliente

Me gusta el chocolate a la taza, en tableta, con churros, con pan tostado, con bollo suizo, con curasán, por la mañana, por la tarde y por la noche.
Alrededor de una tazón de chocolate caliente las historias y los relatos toman forma, color, olor, sabor, y los cuentos resultan extraños a veces, otras cercanos.
El aroma del chocolate envuelve el ambiente y lo convierte en espectáculo y cuando suena el tercer aviso se levanta el telón y comienza la función.

domingo, 22 de enero de 2012

EL ROBO


El ascensor paró en el  tercer piso iluminando el rellano de la escalera. Mari y Eduardo acababan de llegar a casa. Impaciente por abrir la puerta el hombre sacó un manojo de llaves que guardaba en el bolsillo de la gabardina.
-¿Y la niña? -Preguntó Eduardo mientras elegía la llave.
-Silvia se ha ido al pueblo de su amiga Puri a pasar el fin de semana, hasta el domingo no vendrá.-Contestó Mari guardando los guantes en el bolso.
-Echaré de menos sus besos -Eduardo sentía un amor infinito hacia su hija.
Satisfecho por haber dado con la llave la introdujo en la cerradura. Al girarla se dio cuenta que algo no iba bien.

-Yo cerré la puerta con llave al marcharme -pensó en voz alta.
- Pasa algo? -Preguntó Mari
-No, nada, es que alguien ha entrado en casa antes que nosotros. Precisamente hoy hemos estado hablando en la oficina, Julián me ha dicho que últimamente está habiendo muchos robos en las casas.
-No digas tonterías Eduardo, quién va a querer entrar en esta casa si no hay nada de valor, lo ves, no hay nadie.
Al encender la luz el recibidor se iluminó, todo estaba correcto.
Eduardo suspiró con alivio. Sin embargo, Mari supo enseguida que algo había pasado. La primera habitación que abrieron fue el cuarto de la niña, estaba desordenado como siempre,   la cama sin hacer, los libros y los apuntes por el suelo, en la mesita de noche una novela policíaca de Agatha Christie y, ¡cómo no!, el móvil olvidado encima de una silla. Nada hacía pensar que allí hubiera pasado algo.
El ruido de los tacones de Mari retumbaban  a lo largo del pasillo y el eco devolvía sonidos misteriosos que hacían erizar el cabello y tensar las manos de Eduardo.
Pasaron por la cocina, de un vistazo Mari comprobó que todo estaba en su sitio, pero faltaba algo. No le dio tiempo a pensar qué era lo que hacía que la cocina no fuera la misma que ella había dejado antes de salir de casa. Porque en el preciso momento en que Eduardo entraba en el cuarto de estar gritó:
- ¿Dios mío, qué ha pasado aquí? ¡Mari ven!
En la habitación  todo estaba revuelto, como si se hubiera desencadenado una batalla campal, el jarrón de la mesa hecho añicos y las flores desparramadas por un riachuelo de agua formado al estrellarse contra el suelo. El retrato de bodas, caído boca abajo como un mal presagio, yacía entre montones de revistas. Unas sombras oscuras hacían parecer vulgar una alfombra de seda que cubría el parquet transformándola en una estera de portal.
Mari gritó horrorizada, instintivamente comenzó a recoger los trozos de cristal, las flores marchitas, el retrato de bodas y regresó a la cocina.
-Eduardo, nos han robado cincuenta euros, sentenció mientras depositaba en el cubo de basura los restos del vendaval.
-Estás segura? Preguntó Eduardo incapaz de moverse.
-Sí, yo había dejado el dinero en el cenicero, le iba a pagar a Cati lo que le debía.
-¿Has mirado en el armario de nuestro cuarto?

Mari salió corriendo hacia su habitación, abrió el armario, no había huellas extrañas, ni olores raros. Abrió el cajón de la cómoda, las joyas estaban en su sitio, el reloj de su padre, los pendientes de su abuela, la pulsera de casada, el collar de su hermana…
-Todo está en orden.
-En la fregadera hay un vaso -comprobó Eduardo- ¿Y si ha sido Cati? Te he dicho mil veces que no hace falta que venga nadie de fuera a limpiar la casa.
- Pero por qué piensas que ha sido ella?
- Y quién si no
- Porque ella no es capaz de hacer este destrozo
-No tiene por qué haber sido ella. No dices que a su marido le gusta mucho el dinero?
-Pero eso no tiene nada que ver. Cati es muy honrada
-Bueno, pues quien sea menudo chandrío nos ha hecho
-Llama a la policía, dijo Mari con resolución.
Eduardo cogió la guía de teléfonos
-No encuentro el número,
- Pues llama al 112, le contestó Mari nerviosa
- El teléfono no funciona, dijo Eduardo cuando lo descolgó.
- Vaya por Dios, es que hoy todo va a salir mal? Coge el  teléfono de nuestro cuarto
- También puedes llamar por el móvil.

Fue en ese momento, un portazo les hizo despertar y volver a la realidad.

- Hola mami, hola papi-gritaba Silvia desde la entrada.

Un perro grande y marrón con las orejas tiesas entró como una bala en la estancia y se avalanzó sobre Eduardo que cayó sentado en el sofá, el perro comenzó a lamerle la cara. Aprisionado por las patas del perro sentía como si le hubieran caído encima cuarenta sacos de patatas, hacía aspavientos con las manos intentando zafarse de los lametazos sin ningún resultado.
Silvia dejó las llaves y la correa en el cenicero de la cocina. Se quitó el abrigo y abrazó a su madre.
-Es iordi, el perro de Puri. Me ha pedido que se lo cuidemos el fin de semana. A su abuela la han ingresado y su madre tiene que cuidarla. Ah, por cierto, te he cogido cincuenta euros para comprarle comida y unas cuantas cosas más, es para que el perro se encuentre bien en esta casa.
Después llamó a iordi, cogiéndole de las orejas le zarandeaba. Eduardo podía respirar tranquilo.
-Entonces este destrozo…? Balbuceó la madre…