Un tazón de chocolate caliente

Me gusta el chocolate a la taza, en tableta, con churros, con pan tostado, con bollo suizo, con curasán, por la mañana, por la tarde y por la noche.
Alrededor de una tazón de chocolate caliente las historias y los relatos toman forma, color, olor, sabor, y los cuentos resultan extraños a veces, otras cercanos.
El aroma del chocolate envuelve el ambiente y lo convierte en espectáculo y cuando suena el tercer aviso se levanta el telón y comienza la función.

domingo, 13 de enero de 2013

Era una gota de agua pegada a mi ventana



La descubrí cuando  me asomé para comprobar el tiempo. El sol estaba a punto de salir, un día radiante de luz comenzaba, contemplé la gota de agua y pensé en una lágrima de alegría, recapacité, tal vez fuera de tristeza, a lo mejor de añoranza, quizás de vacío, igual estaba perdida, o no encontraba lo que buscaba, o lo encontró, se asustó y el miedo le impedía seguir deslizándose por la ventana.


Mientras el sol iba saliendo sonó el despertador y la gota  desapareció. La busqué con la mirada a lo largo de la ventana, ni rastro, se había evaporado.

domingo, 23 de diciembre de 2012

ES NAVIDAD



A pesar de todo, a pesar de la crisis que nos aplasta hasta hundirnos en la más absoluta miseria, a pesar de todo, la Navidad es una época de esperanza y de sueños, como una fortaleza a prueba de asedios.

Nos volveremos a juntar para cenar, cantar villancicos y recordar a los que se fueron.

-Vendrás a pasar la nochebuena a mi casa? –le pregunto.
-Ya sabes que yo no salgo de mi casa para nada –me responde.
-Entonces vendremos a la tuya –le contesto.
-Está bien, ya iré.


¡¡FELIZ NAVIDAD!!


jueves, 6 de diciembre de 2012

ECHALE GUINDAS AL PAVO


-¿Qué haréis cuando yo me muera? -Dice sin creer lo que está diciendo
-Iremos a celebrarlo –le contestamos
-¿No os dará pena? –insiste
-Hombre, pena, pena, no sé, a lo mejor lloramos un poco.
-Ya no subiréis más las escaleras de esta casa, ni siquiera os asomaréis al balcón.
-Pues eso ya nos dará pena, no ver la calle más bonita y elegante de Pamplona.
-Siento que me queda poco tiempo, dentro de nada me iré de este mundo.
-Hace mucho tiempo que dices lo mismo y ahí sigues. Te irás cuando Dios quiera.
-Yo creo que será pronto.

Mientras habla de su próxima partida nos mira a los ojos queriendo averiguar nuestros sentimientos, no le hace falta porque sabe lo que pensamos, lo que sentimos. Con el tiempo se ha convertido en una adivina a la que no le falta más que la bola de cristal para predecir lo que vamos a contestar después de cada pregunta que nos hace.

Seguidamente se pone a cantar:

“Echale guindas al pavo,
échale guindas al pavo que yo le echaré a la pava,
suquita, canela y clavo,
que yo le echaré a la pava
suquita, canela y clavo.
Estaba ya el pavo asao,
la pava en el asaor
y llamaron a la puerta,
josú, què miedo chavó.
Entró un cevil con bigote
y Paco el estucaor,
a ver dónde está esa pava,
a ver dónde está ese pavo,
Porque tiene mucha guasa que yo no pruebe ni un clavo.
Echale guindas al pavo,
échale guindas al pavo
que yo le echaré a la pava,
suquita, canela y clavo,
que yo le echaré a la pava suquita,
canela y clavo.”

           Nos asombra la memoria que tiene y las ganas de vivir, porque mientras canta ella misma se jalea, y nos mira invitándonos a seguirla, no tenemos más remedio que repetir el estribillo, que de tanto hacerlo ya no es ni estribillo porque se ha convertido en el saludo de bienvenida.


Y sigue cantando:

“Dicen que dice que tiene
amores con un calé,
y que toítas las noches con el gítano se ve.
Mira mira la viejita
con su carita empolvá,
                                                        mírala por donde viene,
                                                      mírala por dónde va.”

            Muchas veces pienso que la vida es algo maravilloso que no sabemos apreciar.

miércoles, 14 de noviembre de 2012

LOS AÑOS

Los años pasan, la edad va acumulando números, siento una tristeza infinita y no entiendo el por qué, tal vez sea que la vida se me escapa agrietada por los interminables vaivenes de sobresaltos y esperanzas que irremediablemente concurren en mi interior.

martes, 13 de noviembre de 2012

Algo faltaba

El cuadro del abuelo seguía colgado en la pared, presidiendo la sala. Los libros, ordenados por colecciones, se mantenían firmes  en la estantería.  Las fotografías de los niños permanecían en la vitrina del armario. La mesita todavía conservaba el jarrón de flores. La  colección de discos antiguos perpetuaban los sonidos de canciones inolvidables. El ajedrez, como siempre, preparado para comenzar la partida y el cenicero, sin cenizas. El reloj marcaba las once  cuando la puerta de la calle se cerró bruscamente. La lámpara del techo tembló y las luces parpadearon. Súbitamente me percaté de que algo faltaba, aún no sé el qué.

jueves, 20 de septiembre de 2012

EL RINCON FRESQUITO DEL SALON

Este verano decidí no ir de vacaciones. Resultó que me quedé más sola que la una y más aburrida que un gato sin cascabel.
Creí que donde mejor pasaría los calores del estío sería zambulléndome en la piscina, pero la realidad se hizo evidente, en la piscina no cabía ni un alfiler y no digamos cuando decidí buscar la sombra de un árbol, hasta las hormigas habían sucumbido aplastadas por las toallas que se amontonaban debajo de las ramas.
Luego me pareció más oportuno pasar las horas más calurosas a la sombra de mi casa, con un buen refresco, las ventanas cerradas a cal y canto y el ventilador funcionando al máximo. Deduje que leyendo un libro distraería mi aburrimiento y durante un buen rato así fue, hasta que me cansé del ruido del ventilador, de pasar las hojas del libro y de beber refrescos.

Tan encerrada y prisionera me vi que empecé a añorar la luz del día, pero no podía subir las persianas y menos abrir las ventanas, el calor invadiría mi casa y el fresquito del rincón del salón se disiparía como las nubes que este año han pasado de largo durante todo el tiempo que dura el verano.
Al anochecer, cuando las farolas empezaban a alumbrar y el sol se iba  a descansar por detrás de las antenas de los tejados, salía a pasear.
Los bares de la plaza estaban a rebosar, en el centro, los niños correteaban alrededor del tobogán y los columpios.
No hacía ni diez minutos que me había sentado en el único banco vacío cuando se sentó a mi lado una madre con un niño que berreaba todo lo alto que podía dentro de un cochecito. La mano de la mujer empujaba las ruedas del carrito intentando calmar la rabia del niño que había dentro. Me miró suplicante, yo me hice la despistada. Poco me duró el despiste, porque terminé meciendo al niño cuando la madre fue a consolar a su hija que se había caído de la bici.


Se me ocurrió asomarme para ver la carita del tenor que deleitaba la noche. No sé qué vio en mi cara, o qué impresión le causé, el caso es que cambió el llanto por una carcajada sonora que se oyó por toda la plaza. Volví a mi sitio y continué meciendo el carrito. El niño no respiraba, me asusté, volví a asomar mi cara y obtuve el mismo resultado, otra carcajada más sonora si cabe que la anterior y la plaza se quedó en silencio.

Me senté, saqué mi espejo del bolso y comprobé que no tenía ninguna verruga, ni me habían salido cuernos, tampoco tenía la nariz de payaso. ¿Entonces? ¿De qué se reía el niño cuando yo le miraba?
Volví a asomarme y le dije “cuchi, cuchi”, el niño rió de nuevo. Me gustaba su risa, volví a decirle “cuchi cuchi”, y el sonido de su risa invadió mi corazón.
Recordé esa risa y unos ojos negros  preguntando sin dar tregua, y sentí una mano de niño apretando la mía. Me estremecí, las lágrimas nublaron mi vista y con un gran esfuerzo sonreí, me senté y esperé a la madre.
Después, con el alma encogida regresé a mi rincón fresquito del salón.


lunes, 27 de agosto de 2012

Volvemos al balcón


Hace media hora que hemos llegado a su casa, nos recibe cantando “fumando espero”, le seguimos la corriente y continuamos: “al hombre que yo quiero, y mientras fumo, mi cigarro yo consumo porque aspirando el humo me suelo adormecer”, intentamos poner la misma cara y la misma pose que la Sarita Montiel, pero claro, es inútil, así que ella,  mirándonos de reojo, nos dice “qué poca gracia tenéis”.

Después de merendar se ha sentado en el balcón, afuera, en la calle, la gente pasea tranquilamente.

-La mejor calle de Pamplona -dice  mientras se come un helado, y recuerda- cuando llegamos a Pamplona la calle se acababa aquí, no estaba hecho ni el monumento a los Caídos, a partir de aquí todo era campo donde pastaban las ovejas. El propietario de la casa nos dijo que ésta sería la mejor calle.

No es que haya más tranquilidad que en cualquier otra calle, ni que sea la más bonita. Pero es nuestra calle, son nuestras tiendas, nuestra casa y ese trocito de cielo que se ve desde la ventana. Hay algo que hace a Pamplona diferente a otras ciudades, tal vez sea la gente, demasiado seria para algunos, demasiado formal para otros. 

Hoy tiene la mirada triste, y piensa: Después de toda una vida rodeada de gente, la única compañía que nos queda es la soledad. 

Todos los días le hacemos caminar hasta la cocina.
-Ay, que me duelen las piernas, que no puedo andar -se queja.
-Este es tu rato de gimnasia, tienes que mover las piernas -le contestamos. 

En silencio, agarrada de mi brazo comienza su caminar, tranquilo y apacible, ya no tiene prisa, nadie la espera, al pasar por el espejo se mira y exclama “qué fea estoy, con lo guapa que yo era de joven” y sigue su camino y me cuenta que el barbero de la esquina de su casa salía a verla todos los días cuando pasaba por delante, y un día le plantó cara y le dijo que hiciera el favor de no mirarla más porque le daba mucha vergüenza. 


Abre el frigorífico para ver qué hay: dos yogures, dos cajas de zumo, alguna pera, un trozo de piña, los restos de comida envueltos en film transparente y una ausencia tan grande como las cuerdas del tenderete vacías de ropa.

Y volvemos al balcón del cuarto de estar y allí pasamos la tarde sentadas, viendo pasar a la gente, viendo pasar la vida.