Iba yo de paseo por la ciudad cuando me encontré con una
amiga a la que hacía tiempo no había visto, después de los saludos de cortesía
y de saber cómo estaba su familia, como si hubiera cogido
carrerilla me comentó: 
“Que sí, que ya sé yo los años que tengo, no lo voy a saber, si en el
D.N.I. lo pone bien clarito, nació en tal fecha, pero qué cotillas todos. Y hay
que ver la cara que pone alguno cuando por fin ha averiguado tu edad, qué
sonrisita, pero a quién le importa si tengo 30 ó 40, si por mucho que lo
disimule, por mucho que quiera aparentar menos, seguiré teniendo los mismos.
Y qué pesadez con la gente, cuando llegas a una determinada edad lo único
que te preguntan es ¿cuánto te queda? ¿cuándo te  jubilas?.
Pero si a mí me gusta levantarme todos los días temprano, si el trabajo lo
domino hasta con los ojos cerrados, ¿por qué me tengo que jubilar? Si yo no
quiero jubilarme, si a mí me gusta vivir de esta manera, ¿que luego me mandan
el sueldo a casa? Bueno y …. Si me lo voy a gastar igual, bueno, igual no,
porque cuando yo estoy de fiesta gasto el doble. ¿Que tendré que apretarme el
cinturón?,  ¡si hombre! ahora que me lo había aflojado.
Pero nada, erre que erre, que cuánto te queda para la jubilación, que
“total para lo que te queda”, pero qué le importa a nadie lo que me quede.
Y hablando de lo que te queda, el otro día estaba yo de tiendas probándome
un modelito, y en estas la dependienta, que lo que quería era vender exclamó “pero
qué mono te queda”, ¿que me queda mono? ¿el qué?, yo buscaba al mono, pero
no veía ninguno, ¡ay madre mía! a ver si el mono voy a ser yo, claro que como
descendemos del mono no me habría parecido extraño, bueno, el caso es que ni
mono ni vestido, vamos hombre, que me queda mono. Llovía, los zapatos me apretaban, el pelo lo tenía
lacio, las ojeras surcaban mi cara, y no hablemos de las arrugas, ¡y se me
ocurre ir de compras!, con ese ánimo no iba a comprar nada, que ya me conozco,
que para ir de compras tienes que tener un día bueno, y ese día lo que me
apetecía era un buen tazón de chocolate con churros, o con algún bollo, o
incluso con pan tostado y mantequilla, ¡qué rico!, pero me quedé sin merendar,
sin trapitos y con un mal genio que para qué. Luego llego a casa y mi marido no me entiende, cómo me va a entender, si a
él no le dicen que le queda mono, si total siempre se compra lo mismo,
pantalón, camisa, corbata, chaqueta, siempre lo mismo, pero yo no puedo ir
siempre igual, faltaría más.”
 Qué estrés …
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