Un tazón de chocolate caliente

Me gusta el chocolate a la taza, en tableta, con churros, con pan tostado, con bollo suizo, con curasán, por la mañana, por la tarde y por la noche.
Alrededor de una tazón de chocolate caliente las historias y los relatos toman forma, color, olor, sabor, y los cuentos resultan extraños a veces, otras cercanos.
El aroma del chocolate envuelve el ambiente y lo convierte en espectáculo y cuando suena el tercer aviso se levanta el telón y comienza la función.

martes, 5 de julio de 2011

LA AUTOPISTA

Autopista, carretera, línea recta y horizontal que enlaza con la vida y te sorprende, te engaña y oculta lo que no puedes ver. De pronto todo se tuerce y ya nada vuelve a ser como antes:

 “A Mario siempre le ha gustado tener todo controlado, que no se le escape ni el más mínimo detalle, este mismo año cumple los cuarenta. Cándida, su mujer, más previsora que él, había hecho las maletas el día anterior.
Cándida y Mario, tienen dos hijos, Carlitos, el pequeño, que aquella mañana  se despertó llorando: “A ver ese niño, qué le pasa” -gritaba la madre mientras recogía las cosas del aseo y las metía en el neceser- y Carlota, la niña, remoloneando toda la mañana con el móvil a cuestas, “es que le consientes demasiado” -le había dicho Mario-. “Deberías pasar más rato con la niña”- le había recriminado ella.
La autopista era llana, línea recta y horizontal, sin curvas, aburrida. A ambos lados se adivinaba un gran precipicio, los pueblos cercanos terminaban de colorear el paisaje.
Como siempre, Carlitos dormía. Carlota, con el móvil, mandaba y recibía mensajes. Cándida hablaba sin parar de los planes que tenía para cuando llegaran a casa. Mario encendió la radio buscando la emisora que transmitía los partidos de fútbol …
“¡Andá, qué pasa aquí!”, exclamó Cándida. Un guardia motorizado hacía señales anunciando que había atasco por un accidente, que estaba la carretera cortada y todas las demás vías estaban colapsadas.
“Pues qué le vamos a hacer, paciencia” -murmuraba Cándida-. Conforme pasaban las horas los coches se iban amontonando,  no se podía circular ni para adelante ni para atrás.
La carretera, tan lisa, tan llana, se había convertido en una trampa mortal.  
Mario intentaba calmarse, pero la situación se volvía insostenible. Atrapados en el tiempo se sentían abandonados: no había reloj, no había horas, sólo el sol y sus luminosos rayos que, cual lluvia de piedras, caía cruelmente sobre sus cabezas hiriendo su orgullo, cambiando el destino final de la línea recta y horizontal que enlaza con la vida.
El niño lloraba, la niña gritaba, Cándida se esforzaba en controlar a los niños, pero estos le superaban. Salían del coche, entraban, se escapaban, lloraban, reñían …
Cada vez era más de noche. Todos los planes de llegar a tiempo para ver el partido de fútbol se iban disipando, y así hasta que cayeron rendidos y se durmieron. …
Pasó la noche, amanecía en el mismo sitio, en la misma carretera, con el mismo sol brillando a raudales. Atrapados, acorralados, arrinconados. El paisaje cambió, los pueblos que lo adornaban parecían reír a carcajada limpia.
Prisioneros de la autopista y del tiempo transcurrió otro día. El aseo, tan imprescindible en sus vidas, pasó a segundo plano. Sus necesidades las hacían donde podían, el olor era insoportable.
La gente gritaba desesperada, discutían, lloraban,  se peleaban. Los ánimos estaban alterados, como una olla exprés a punto de explotar.
Desde el cielo intentaban animarles, tranquilizarles. Un helicóptero mandaba mensajes, comida y bebida.. Desde el suelo los prisioneros les tiraban piedras y les insultaban desesperados.
Y así pasó otro día ….. Llegaban noticias de que pronto iban a ser liberados, que los trabajos en la autopista estaban a punto de terminar. “Mario dime que acabará esta pesadilla”, entre sollozos Cándida se negaba a creer que aquello fuera cierto. “Tranquila, mujer, todo acabará bien”.
El tercer día amaneció lloviznando, sintieron un ligero alivio. Poco a poco el sol fue desplegando sus rayos hasta dejarlos oprimidos de nuevo, una leve brisa besaba sus rostros y así pasaban las horas … el ambiente era agobiante, al borde de la asfixia.
La fila de coches comenzó a moverse. El helicóptero anunciaba que estaba todo solucionado, y les pedían que, por favor, circularan con precaución y siguieran las indicaciones de los guardias.

La autopista, la carretera, la línea recta… hasta que se tuerce.

Mario, sudoroso, arrancó el coche, el niño dormía, la niña con el móvil mandaba mensajes.
Cándida ya no hablaba sólo pensaba: “Y el próximo año… ¡las vacaciones las pasamos en casa!”