Mauricio piensa que nunca debió coger ese teléfono porque cuando abrió el bolso de Mariana empezaron sus problemas. Siempre le había preocupado el hecho de que le engañaran, y ésta era su cuarta boda.
La sola idea de vivir de nuevo la experiencia, de verse engañado y humillado, le producía un escalofrío de los pies a la cabeza. Pero esa corbata de flores azules sobre fondo negro no era de las suyas, él nunca se habría puesto una corbata así. ¿Pero qué hacía en el bolso de Mariana? 
No era el deseo único de Mauricio aclarar los hechos sino la sed de venganza que con sus anteriores mujeres nunca pudo llevar a cabo. La corbata había despertado en su alma la angustia de antes que le impedía ver a Mariana como realmente era. Le preocupaba que ella hubiera salido de casa sin las llaves cuando el sonido de un móvil comenzó a sonar dentro de su bolso. Allí estaba esa corbata, doblada con sumo cuidado como si de una joya se tratara. 
Con el móvil en una mano y la corbata en la otra, Mauricio se debatía entre la conveniencia de descolgar el teléfono o ir hacia su armario a comprobar que, efectivamente, esa corbata era una prueba de infidelidad.
Desde que se casara con Mariana los días transcurrían sin sobresaltos, había olvidado ese sentimiento de locura que producen los celos. Pero a pesar de todo se dirigió al armario a comprobar si faltaba una corbata. Le producía náuseas el hecho de sentirse nuevamente humillado, y mientras revolvía el armario descubrió que tenía montones de corbatas, una para cada mes del año, todas iguales, sin embargo la corbata del bolso era distinta. ¿Y si era verdad que le estaba engañando?
Desde que se casara con Mariana los días transcurrían sin sobresaltos, había olvidado ese sentimiento de locura que producen los celos. Pero a pesar de todo se dirigió al armario a comprobar si faltaba una corbata. Le producía náuseas el hecho de sentirse nuevamente humillado, y mientras revolvía el armario descubrió que tenía montones de corbatas, una para cada mes del año, todas iguales, sin embargo la corbata del bolso era distinta. ¿Y si era verdad que le estaba engañando?
No, no podía ser se disuadía una y otra vez, pero inmediatamente se hacía la misma pregunta. Entonces llamaron a la puerta. Dejando las corbatas encima de la cama se fue a abrir. ¿Cómo iba a recibirla? La sombra de la duda nublaba su vista, solamente pensar que Mariana le engañaba con otro le producía escalofríos y le hacía sudar las manos.  
Ese momento que antaño fue tan angustioso para él se repetía y le preocupaba mucho porque revivía una época de sufrimientos y discusiones, de portazos y de escándalos que no estaba dispuesto a repetir. Al abrir la puerta se encontró con una mujer guapísima de sonrisa abierta y profundos ojos negros que le miraban directamente, al sentir un beso en sus labios todos los padecimientos desaparecieron y todas las dudas se disiparon.
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