Abrigos de hombre, camisas, chaquetas, pantalones, corbatas, se arrastraban por el suelo implorando clemencia al lado de una bolsa de basura.
El triste contenido de los cajones de una cómoda aparecía desordenado y revuelto. La espalda de una mujer vestida de negro se reflejaba en un espejo ajado y descolorido. La habitación, iluminada por una bombilla que se balanceaba en el techo, temblaba de frío al contemplar la desnudez de sus paredes. Por el cristal de la ventana un rayo de sol entraba con timidez caldeando el ambiente.
El sonido del teléfono sorprendió a la mujer revolviendo su interior, exhumando del íntimo abismo su secreto mejor guardado.
-          Buenos días –le saludaba una voz- llamo de la clínica El gran proyecto, queríamos hablar con Cándida Pérez.
-          Buenos días –contestó la mujer- está usted hablando con Cándida Pérez.
-          Encantada de saludarle, Cándida –le respondió la voz- Hemos recibido su solicitud y le llamo para decirle que el doctor Astor le recibirá en su consulta mañana, martes, a las cuatro de la tarde.
-          Muy bien –contestó Cándida- entonces, a las cuatro de la tarde estaré allí. Una cosa, debo llevar algún informe.
-          No, no hace falta, aquí le haremos todos los análisis que sean necesarios. Entonces, Cándida, le esperamos mañana a las cuatro de la tarde, que pase un buen día –la voz se calló y el teléfono volvió a ser un aparato de color marfil pegado en la pared.
Cándida, desprendiéndose del polvo que le ensuciaba, se sacudió las manos. Apartando con rabia la ropa que había en el suelo salió de la habitación.
En el lavabo, el agua fría del grifo refrescaba el rostro de la mujer. En sus ojos, rodeados de arrugas, se adivinaba el llanto.
-          No voy a llorar más –se decía mirándose en el espejo- ésta será mi última lágrima. Se acabó. A partir de mañana seré otra. Lo juro. Nunca más volveré a ser Cándida.
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